EL REGRESO DE LA BATALLA DE LEPANTO
Es
posible que muchos católicos hayan olvidado una anecdótico relato que demostró
uno de los grandes milagros que la Santísima Virgen realizara en favor de la
Iglesia en el año de 1571, durante la última batalla que el mundo católico
llevara a cabo contra la amenaza de los islámicos de aquel entonces,
representado por los miles de escuadrones turcos, cuyos poderosos navíos se
aprestaban a invadir Europa.
Pero
¿qué lo hizo posible? ¿una excelente organización militar por parte de los
cristianos? ¿la unidad de los reinos cristianos?, pues, la realidad es que no
se logró como se esperaba la unión de los gobernantes cristianos de entonces,
por lo que el Papa Pío V hubo de contar únicamente con la unión de España, la
República de Venecia, la Orden de Malta y de Roma (el Papado), todos al mando del joven Monarca don
Juan de Austria, a fin de combatir a los
turcos musulmanes que estaban sigilosamente ingresando por las costas
mediterráneas de Europa y ocupando bélicamente ciertos territorios. Por tal motivo, el Santo Padre convocó a los
príncipes cristianos quienes luego de coordinaciones políticas eficaces y
otras tantas infructuosas, terminaron
por conformar la “Liga Santa” para
combatir a los peligrosos otomanos cuyas intenciones eran el conquistar todas
las tierras cristianas pero especialmente llegar a la Roma Eterna con la
abierta amenaza de destruir la Iglesia para establecer la primacía de su
religión y desde ahí desplegarse hacia
el mundo entero. El Santo Padre
confiaba en las tácticas humanas que habrían de ponerse en práctica para dar un
harto combate a las huestes islámicas, pero no lo suficiente para obtener la
victoria, ya que no se enfrentaban a enemigos simples, sino a escuadras de
numerosos soldados temibles con feroz espíritu de diabólica exaltación
proselitista, capaces de luchar hasta la temeridad. Y es que el Papa sabía que
esos exacerbados espíritus eran alimentados del odio contra los cristianos, infundido
por la misma corte infernal en pleno, porque
“ no es nuestra lucha contra la sangre y
la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los
dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal, que habitan
en los espacios celestes”(Ef. 6, 12) ; desde luego, “a grandes males, grandes remedios” como lo decía Hipócrates, y en
este caso los grandes remedios era poner la confianza en el poder de nuestro
Dios.
El
Santo Padre hizo que las escuadras cristianas portaran un estandarte donde debía
colocarse en el anverso un crucifijo y al reverso la imagen de la Santísima
Virgen de Guadalupe cuyas apariciones en México ya se habían popularizado en
Europa, sacramentales imponentes que acompañarían a la batalla decisiva para el
futuro de la Iglesia; asimismo, los
soldados debían confesarse, comulgar y rezar el Santo Rosario encomendándose a
Nuestra Señora, antes del enfrentamiento, pero sólo aquellos que realmente
habían cumplido estos tres requisitos debieran ser los que enfrentaran en
primera línea el combate, mismos que apenas sumaban una pequeña cantidad por lo
que pensaron que irían a una muerte segura.
No obstante, con esas estrategias puestas en acción, la respuesta de
Dios no se hizo esperar, y es cuando en el Golfo de Lepanto donde las escuadras
rivales se encontrarían, el 7 de octubre de 1571 sucedió el gran milagro que
muchos relatos históricos fríamente omiten; pero los soldados, testigos de los
hechos y el Senado de Venecia jamás
olvidarían : las cuantiosas naves musulmanas fueron alejadas de las costas
gracias a un místico vendaval que viniendo inusitadamente de la costa se dirigía
al mar llevándose consigo la mayoría de las naves enemigas, al punto que los
mismos musulmanes reconocieron que se trataba de una intervención divina por lo
cual se mostraron impresionados y hasta temerosos; entonces en medio de la
confusión y fragor de la batalla, algunas naves turcas fueron capturadas, y el
combate se orientó a favor de las escuadras cristianas logrando una victoria
contundente con pocas bajas para los cristianos y muchas para los islámicos;
con ello se finalizó una guerra que por varios años y aisladamente por
comarcas, se había estado llevando a cabo en Europa. El Papa Pío V que supo
acerca de la victoria por inspiración divina en la misma hora que se había
alcanzado, declaró fiesta de Nuestra Señora de las Victorias a la recordada
fecha de la batalla, atribuyendo a la Santísima Virgen del Rosario el triunfo
por cuanto todos los ejércitos se habían encomendado a su protección, tal como
lo reconociera más adelante el Senado de Venecia al declarar la victoria.
Dos
siglos después ante un nuevo intento islámico de conquistar Europa, una vez más
sufrieron una humillante derrota el 5 de
agosto de 1716, fiesta de Nuestra Señora de las Nieves,
durante la batalla de Temevaren. El Papa Clemente XI atribuyó esta victoria a
la devoción manifestada a Nuestra Señora del Rosario y en acción de gracias, estableció
para toda la Iglesia el 7 de Octubre como la fiesta del Santo Rosario.
Exactamente
300 años después de esta batalla, nuevos islámicos vuelven a atacar Europa,
ahora contando con siniestras estrategias : su campo de batalla son los medios
de comunicación, su armada es el ISIS y el Estado Islámico, su táctica ya no es
la batalla declarada y confrontada cuerpo a cuerpo, sino el terrorismo, la más
sucia y baja forma de ataque. Las
naciones especialmente heridas se están organizando y haciendo emboscadas
bélicas para oponer resistencia al avance de esos furiosos ataques, diseñando
también estrategias con qué derrotar a este sanguinario enemigo. Pero ¿qué
sucede mientras tanto en nuestra Iglesia que ya no actúa como antes, y no me
refiero a que se convoque una Santa Liga de naciones, sino a utilizar su
principal estrategia que utilizó en ambas ocasiones? Pues sí, ¡una cruzada de comunión y del Santo
Rosario! que debiera ser convocada por el Santo Padre, pues esas son las
divinas armas cristianas capaces de derrotar cualquier fuerza del mal y que hoy
como ayer pueden vencer la fiereza de Satanás que inspira a gente equivocada a
realizar actos abominables en nombre de un Dios, del cual quieren hacer creer
que se trata del mismo Dios que se reveló un día al Pueblo elegido y cuya
redención a través de su Hijo Jesucristo la extendió para todos, formando así
la Iglesia Católica; sin embargo, este Dios Trinitario es amor y misericordia y
no prepotencia ni venganza como es el que los terroristas proclaman al mundo.
Por
tal motivo la Iglesia de hoy está llamada a evocar esta Batalla de Lepanto, y
prepararla nuevamente para destruir esta reciclada fuerza del mal, convocando a
sus soldados principales que estarán en primera línea, llenos del Espíritu de
Dios y que a la orden de la Generala, Nuestra Señora del Rosario, una vez más
humillarán a Satanás, pisando su cabeza; porque una vez más el vendaval del aliento
del Espíritu de Dios derribará la soberbia de los seguidores del Maligno, para
que así el mundo pueda reconocer el triunfo de Cristo y el del Inmaculado
Corazón de la Virgen Santísima, Madre de
Dios y Madre Nuestra; como también la Iglesia conocerá un nuevo amanecer de
esplendor de ser contemplada como el indiscutible Cuerpo Místico de Cristo y nuevamente liderar la conciencia de las
naciones. Por tanto, Santo Padre, es
usted quien tiene la palabra y la decisión al respecto.
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